Mensaje de nuestro Consiliario, Rvdo. Sr. D. José Gabriel Martín Rodríguez
Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades.
Llega noviembre y se inaugura con la Solemnidad de todos los Santos y la conmemoración de todos los Fieles Difuntos.
Siempre hemos creído que los santos eran personas excepcionales, una especie de héroes, más admirables que imitables. Por supuesto, tenían que ser poco numerosos y de otros tiempos en los que eran posibles esas hazañas. Gracias a Dios, en los últimos años hemos vivido la canonización o beatificación de personas muy cercanas al hombre de hoy y nos hemos dado cuenta de que los santos no han sido héroes sino simplemente testigos de Dios y de Jesucristo. Eso es lo que intentamos ser también nosotros. Por eso la santidad en la iglesia primitiva era más bien la regla y no la excepción. Los santos aparecen como un muchedumbre inmensa que sigue al Señor resucitado (Apoc. 7, 2-4. 9-14). Santos fueron ante todo los mártires porque fueron capaces de sellar su testimonio con su sangre. Pero son innumerables los creyentes que han sellado su testimonio con el estilo de vida de los santos.
La santidad pertenece a Dios y a los que viven desde Dios y para Dios. El gran testigo es el mismo Jesús. El estilo de vida de Jesús se resume en las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12). Ha sido Jesús el que ha encarnado los nuevos valores evangélicos que hacen brillar en el mundo la santidad de Dios. Esa santidad no es otra cosa que su amor incondicional por los pobres y los perdedores de este mundo.
Los santos han sido ante todo personas de fe que se han abierto a Dios y han acogido el amor de Dios en sus vidas y han entrado en ese circuito del amor, dejando que el amor de Dios pasa a través de ellos hacia todas las personas, buenas y malas, amigos y enemigos. Por eso en los santos vemos realizado el ideal de hombre que Dios tuvo en el momento de la creación.
Todos estamos llamados a la santidad. Dios no se da tan sólo a un grupito de privilegiados. Se comunica a todos y nos hace santos y nos invita a vivir la santidad, a vivir como hijos suyos.
Por otro lado, cuando llega la conmemoración de todos los Fieles Difuntos, me viene a la memoria y al corazón, las palabras de Santa Teresa de Lisieux poco antes de morir: “No muero, entro en la vida”.
Creer en Jesús es encontrarse con la persona que es el camino, la verdad y la vida. Cuando uno ha empezado a vivir la vida de Jesucristo, uno está convencido de que esa vida no puede terminar nunca. Es una vida que brota del amor de Dios y el amor no muere. “Amar a alguien significa decirle: para mí tú no morirás nunca” (Gabriel Marcel). Eso es lo que Dios y Jesús me susurran al oído cada vez que renuevo mi fe en ellos. Nuestro Dios es el Dios de la vida en el que tenemos vida eterna, vida que no termina (Juan 6,37-40).
Nuestra esperanza no es sólo para un más allá, sino que nos da ya un anticipo de la verdadera vida, que es amor. Cuando amamos estamos venciendo a la muerte y experimentando que la muerte no puede nada contra el que ama.
Al celebrar la eucaristía del día 2 de noviembre, y la de regla en nuestras corporaciones, hagámoslo por todos los difuntos, conocidos y desconocidos, propios y ajenos, y hagámoslo en la certeza de la salvación en la que ya han entrado. La oración nos permite relacionarnos con ellos y descubrirlos vivos y actuantes. Ahora, aunque no los veamos, están mucho más presentes que cuando vivían pues no tienen las limitaciones del tiempo, del espacio, del cuerpo. Ahora con Cristo son una presencia pura que irrumpe en nuestra existencia y transforma nuestra soledad y nuestra tristeza. Que ellos intercedan ante el Señor para que un día nos reunamos todos en la casa del Padre.
A nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, les pedimos la paz y el descanso eterno para los difuntos y para nosotros que seguimos peregrinando hacia el Cielo, pedimos la santidad, pues esta es posible, ¡al cielo con ella! ¡Todos de frente valientes!
Recibid un fraterno abrazo y el deseo de un saludable, santo y fecundo mes.
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