Mensaje de nuestro consiliario, Rvdo. Sr. D. José Gabriel Martín Rodríguez.
Queridos hermanos y amigos, cristianos cofrades. Queridos enfermos y hospitalarios.
Los primeros días del mes de noviembre tienen lugar dos celebraciones importantes en el calendario litúrgico: la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Para toda la Iglesia es una gran celebración, porque los santos nos señalan nuestro destino y nos aseguran que el Cielo es la morada de Dios, que nos creó por amor y quiere que gocemos con Él por toda la eternidad. Celebramos este día con un corazón agradecido como Iglesia, el Pueblo de Dios que vive la historia de la salvación, donde vivimos el impulso de la santificación, porque Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
Los santos, que desearon la Gloria de Dios desde aquí en la tierra, lo siguen deseando en la visión beatifica, y comparten el mismo deseo de Nuestro Señor Jesucristo de que todos los hombres se salven y lleguen a gozar de su gloria. Es decir, están de nuestra parte e interceden por nosotros para que vivamos con virtud y aspiremos al Cielo.
La Conmemoración de los Fieles Difuntos, después de recordar nuestro destino de gloria, no pretende avivar nuestro dolor, sino ayudarnos a crecer en la virtud de la esperanza. Las personas no podemos vivir sin esperanzas. Quien pasa por un momento difícil naturalmente tiene la esperanza de superar la situación que le preocupa, y quien tiene un objetivo vive con la esperanza de poder conseguirlo y lucha por ello. Una persona sin esperanza es una persona sin ilusión. La esperanza es una virtud, es algo positivo. La auténtica esperanza cristiana se vive como deseo del cielo y es la fuerza que nos ayuda a crecer en la santidad. La esperanza hace brotar en nosotros un sentimiento de alegría, porque tenemos la seguridad de que las promesas de Dios se han realizado en muchos hermanos nuestros que han vivido de una manera sencilla y humilde en amistad con Dios. Ciertamente, de la esperanza brota también la oración por nuestros hermanos difuntos. Orar por los difuntos y el piadoso ejercicio de visitar los cementerios nos recuerdan que la muerte cristiana forma parte del camino de asimilación a Dios y que desaparecerá cuando Dios será todo en todos. Aunque la separación de los seres queridos es ciertamente dolorosa, no debemos tener miedo de ella, porque cuando está acompañada por la oración de sufragio de la Iglesia, no puede quebrar los profundos lazos que nos unen en Cristo.
Miramos a nuestros Sagrados Titulares en sus bellas y variadas invocaciones y advocaciones, y recordamos con la serena confianza que nos da la fe, que nos dice que la misericordia del Señor es eterna, que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad y que si ha entregado a su Hijo a la muerte por nosotros, nada nos podrá separar de su amor. En el peregrinar de la vida hacia nuestra patria celestial. ¡Todos de frente valientes!.
Recibid un fraterno abrazo y el deseo de un mes saludable, santo, fecundo, pacífico y pacificador.